Deseo y Libertad en Spinoza[i]
“Un amor
eterno no es un amor sin historia. Es un amor que no es aniquilado por su
historia,
sino que ésta
lo prolonga…
No hay sabiduría sin felicidad, y no hay
felicidad sin amor propio”
André Comte-
SponVille
Sobre
el Cuerpo, Apuntes para una Filosofía de la Fragilidad
La filosofía de
Spinoza durante la mayor parte del siglo siguiente a la publicación de su obra
póstuma (1677) será leída propiamente como un pensamiento anti-religioso al que
hay que oponerse, sea porque sus obras inspiran al demonio y a la negación del
perdón divino o porque escribir sobre él y su pensamiento requiera el ocultamiento
o el disimulo, el tener las precauciones debidas como si se tratase del intento
por cometer un crimen; así mismo de manera subterránea –entre círculos
libertinos- contribuyó a la conformación del pensamiento ilustrado francés
antes de la revolución, siendo fuente de inspiración para las ideas políticas
del radicalismo republicano. Prueba de tal distancia interpretativa es la
historia de la difusión de L’esprit de
Monsieur Benoit de Spinoza, texto secreto conocido en sucesivas ediciones
como “Tratado de los tres impostores”; se trata de un manuscrito anónimo de la
cultura clandestina que forjó la ilustración radical de los siglos XVII y XVIII,
concebido como un compendio de ideas anti-eclesiásticas y anti-absolutistas[1].
La tesis
principal de dicho Tratado se centra en el origen puramente humano y político
de las grandes religiones por obra de impostores, dicho texto se va a editar
conjuntamente con la más antigua biografía de Spinoza escrita por el médico
francés Maximilien Lucas, cuyas copias manuscritas se reunirán bajo el título La vie et l´esprit de Monsier Benoit de
Spinosa. De acuerdo al estudio de Paul Verniére tal Tratado es una completa
distorsión del espíritu del holandés, sin embargo no deja de ser una expresión
de “la historia de los efectos”, es decir de lo que la filosofía es por la potencia
de aquello que produce.
Siguiendo este sentido
sobre los efectos de Spinoza y el spinozismo, Jonahthan I. Israel, en su
exhaustivo trabajo historiográfico sobre el movimiento radical Ilustrado[2],
intenta colocar la ilustración radical de Spinoza, y por lo tanto su filosofía,
en el lugar histórico y preponderante que le corresponde como parte de un
fenómeno internacional, es decir, se trata de una figura central en el desarrollo
del pensamiento moderno y afirma que visto en su amplio contexto histórico, Spinoza
no tiene rival ni siquiera en Inglaterra con Hobbes, como fuente e inspiración
de una sistemática redefinición del hombre, la cosmología, la política, la
jerarquía social, la sexualidad y la ética en el sentido radical que su
filosofía representó. Desde su perspectiva la figura de Spinoza marcó y dio
forma de manera decisiva y fundamental a la tradición del pensamiento radical
que se expandió eventualmente por todo el continente europeo y que ejerció una
influencia decisiva en las generaciones sucesivas, cimbrando los fundamentos
del pensamiento moderno en la expresión radical de una visión liberal para la
cultura occidental.
Podríamos
entonces, siguiendo tales conjeturas, preguntarnos si la influencia del
pensamiento de Spinoza para la modernidad Ilustrada encuentra su radicalidad y
lógica intempestiva en el lugar y sentido del deseo y la libertad por sus
implicaciones en términos éticos y políticos.
Dicha lógica
intempestiva se cifra principalmente en la tradición teológico-metafísica que
su filosofía va a cuestionar y cuyo sentido ontológico, ético y político, va a
erguirse sobre un nuevo horizonte, el de la Inmanencia, esto es, un Dios sin
trascendencia, una libertad sin libre albedrío y/o voluntad, una ética sin
moral y una política que tiene como causa el derecho natural de los hombres.
La concepción
del Ser que plantea Spinoza en la primera parte de su Ética es la de ser causa de sí, la ecuación Deus sive Natura es la expresión necesaria de su potencia de existir,
“Dios es causa inmanente pero no transitiva de todas las cosas que son en él“
(E1P18)[3],
esto es, la causa inmanente está dentro
de aquello que causa, se identifica con lo que es y con lo que produce, y se
expresa y es expresada a través de los atributos, es decir, la substancia es absolutamente
infinita y los atributos que serán infinitos expresan su esencia infinita, Dios
es causa de todas las cosas en el mismo sentido que es causa de sí.
Dado que toda
sustancia es necesariamente infinita y única siendo anterior a sus afecciones (E1P1),
no puede ésta ser pensada como distinta de otra y por lo tanto no pueden darse
varias sino solo una que consta de infinitos atributos; así, dirá que “…quienes
ignoran las verdaderas causas de las cosas confunden todo y atribuyen
fácilmente a Dios afectos humanos, sobre todo mientras ignoran… como se
producen los afectos en el alma” (E1P8S). Este planteamiento irá delimitando una concepción que se opone
radicalmente al antropomorfismo, esto es, a la idea e ideas que sustentan y
derivan en un Dios que actúa por voluntad libre.
Dios como causa
ontológica dentro de las cosas y no fuera de ellas deviene despliegue puro y
afirmativo de una potencia autónoma y libre que carece de voluntad o fines y
que, por su potencia infinita de existir, actúa por una absoluta necesidad
inmanente, de suerte que “todo cuanto es, es en dios y sin Dios nada puede ser
ni concebirse” (E1P15). Aquellos que se representan a Dios como un hombre, con
cuerpo y alma, y sometido a pasiones, se encuentran lejos de un entendimiento adecuado
de Dios, y dado que de la necesidad de la naturaleza divina deben seguirse
infinitas cosas de infinitos modos, i.e.,
todo lo que puede caer bajo un entendimiento infinito, Dios o la Naturaleza es
equivalente a la infinita red de determinaciones causales, será libre entonces,
sólo en el sentido en que no puede ser determinado y obra en virtud de la sola
necesidad de su naturaleza, y es por lo tanto, causa libre (E1Def7).
Dicho lo
anterior, y puesto que todo cuanto existe está determinado a ser, es a través
de los propios atributos que Dios comunica a todas las criaturas la potencia
que les es propia, es decir, “ninguna cosa singular, o sea, ninguna cosa que es
finita y tiene una existencia determinada puede existir, ni ser determinada a
obrar, si no es determinada a existir y a obrar por otra causa, que es también
finita y tiene una existencia determinada, y a su vez dicha causa no puede
tampoco existir, ni ser determinada a obrar, si no es determinada a existir y a
obrar por otra, que también es finita y tiene una existencia determinada y así
hasta el infinito” (E1P28). Las cosas no han podido ser entonces producidas por
Dios de ninguna otra manera que como lo han sido.
Atribuirle a
Dios imperfección es absurdo puesto que todo se sigue de él y es determinado a
ser por la potencia de su esencia. El determinismo es evidente. El ser se
despliega permanentemente, en forma dinámica, y así la potencia es la esencia
de cualquier realidad, por lo tanto el hombre, cosa entre cosas, y parte de la
Naturaleza, se definirá como veremos por su deseo.
Bajo esta
estricta visión racional queda no sólo desechado algún sentido o atribución
religiosa a Dios, como un Dios personal con voluntad y cuya perfección se
encuentre fuera de este mundo, por lo que su revolución metafísica va
indiscutiblemente a rechazar cualquier ética que encuentre fundamento en alguna
idea de trascendencia o de fines, pues parte de ideas inadecuadas que a su vez
promueven y justifican la obediencia e impotencia humana. Veamos por qué.
En el apéndice de
esta primera parte de la Ética, establece
que la ilusión religiosa y los prejuicios que ésta genera desdibujan la
verdadera naturaleza humana impidiendo con ello el desarrollo de la conciencia
entendida no como mera proyección de un deseo desplazado[4], sino
como conocimiento y entendimiento de su poder de afección, “…los hombres
imaginan ser libres, puesto que son conscientes de sus voliciones y de su
apetito, y ni soñando piensan en las causas que les disponen a apetecer y
querer, porque las ignoran”. Se sigue
por tanto que los hombres actúan siempre con vistas a un fin, esto es, con
vistas a la utilidad que apetecen, de lo que resulta que sólo anhelan siempre
saber las causas finales de las cosas que se llevan a cabo.
Antes de ver el
lugar del deseo o de la cupiditas que
constituye la esencia del hombre, podemos hasta aquí tener presente que Spinoza
considera la libertad y la necesidad como complementarias y no opuestas, como
señala Marilena Chuai[5],
existe el ser necesario por su naturaleza y su potencia que es Dios, y los
seres necesarios por su causa, los modos
finitos, como el hombre. La libertad es la necesaria expresión de la potencia y
esencia de Dios y de la potencia y esencia de los modos finitos, cuya causa
está en Dios.
De los
atributos infinitos de la Sustancia, nosotros participamos de dos, el del
Pensamiento y la Extensión, en tanto determinación modal en la infinita red
causativa de la sustancia, somos parte de ese infinito orden causal y por lo
tanto sólo conocemos dos de estos atributos, ya que no podemos concebir como
infinitas sino tan sólo aquellas cualidades que tenemos en nuestra esencia, a
saber pensamiento y extensión (mente-cuerpo). En este sentido, y dado que los
modos constituyen lo que es en otra cosa, llegamos velozmente al mundo de las
cosas singulares en la cadena causal. Todas las cosas singulares tienen una
existencia en la duración, nosotros incluidos, en tanto modo finito y parte de
la Naturaleza Naturada[6].
La identidad que somos de cuerpo y mente va a suponer que el cuerpo y la mente
no son dos cosas distintas sino la misma cosa manifestándose de dos maneras que
dependen de un mismo orden causal, acá se considera el paralelismo de los modos,
es decir, podemos describir a una persona o individuos tanto como un conjunto
de procesos físicos en constante movimiento, como la expresión de sus ideas,
pasiones, intenciones o deseos, cuyas expresiones constituyen dos maneras de
expresar una misma naturaleza e identidad humana. El ser humano es, entonces, una
parte entre partes de un todo determinado, sujeto a las leyes que constituyen
su propia naturaleza finita y en relación a una multiplicidad y diversidad de
seres que se encuentran dentro de las mismas condiciones. Al participar de la
naturaleza infinita o ser parte de sus afirmaciones en tanto modificaciones, la
realidad es siempre individual, esto es, la relación de participación es una
relación expresiva que es a la vez ser y conocer, es decir, producir y actuar.
Spinoza dirá
que lo primero que permite dar cuenta de la existencia del alma humana es la
idea del cuerpo, a esto agregará que “… cuanto más apto es un cuerpo que los
demás para obrar o padecer muchas cosas a la vez, tanto más apta es su alma que
las demás para percibir muchas cosas a la vez…”, esto se sostiene a partir de
la proposición trece de la segunda parte y su Corolario: “El objeto de la idea
que constituye el alma humana es un cuerpo, o sea, cierto modo de la extensión
existente en acto y no otra cosa. (…) De aquí se sigue que el hombre consta de
un alma y un cuerpo, y que el cuerpo humano existe tal como lo sentimos”. A
partir del planteamiento de la naturaleza de nuestro cuerpo, en la que alude a
la noción de “individuo compuesto”, dicho cuerpo o individuo compuesto por los
lemas IV, V y VI de esta parte dan razón de su naturaleza conservando una misma
forma en el todo, es decir, que a través del cambio de las partes permanece la
individualidad, “un individuo compuesto puede ser afectado de muchas maneras,
conservando, no obstante su naturaleza…”.
La importancia
de esta determinación y condición de la naturaleza corpórea radica en que
siendo el cuerpo y el alma una y la misma cosa, la existencia del alma depende
de la existencia del cuerpo, la interdependencia es tal que las condiciones del
conocimiento se constituyen en esa dinámica de íntima unión, siendo entonces el
alma no sólo la idea del cuerpo, sino asimismo la idea de las afecciones del
cuerpo, a la vez que el cuerpo humano siendo muy compuesto necesita para
conservarse de muchísimos cuerpos, que actúan en la regeneración del mismo de
forma continua (post. IV), de suerte que se constituye en un dispositivo que se
complejiza en la medida en que es capaz de ser afectado, i.e., que guarda información de todas sus relaciones en un proceso
de transformación y vitalidad constante, siendo el cuerpo “vestigio”.
Esta
característica de los cuerpos como vestigios forma parte de la capacidad y
complejidad de la vida afectiva humana, por ejemplo, con respecto a la memoria
que hace mención en el TRE (Tratado de la
Reforma del Entendimiento), establece que en la memoria no hay verdad sino
afecto y un deseo ignorante de sí mismo. Tal condición afectiva tiene un lugar
fundamental en el conocimiento que se da por la imaginación, siendo a su vez
tal conocimiento esencial para la comprensión del poder de las pasiones en la
constitución de la individualidad humana, sea que por su naturaleza conduzcan
al ser humano a la esclavitud o a la libertad.
Pasemos
entonces a lo que constituye la esencia del ser humano, a saber, el deseo, puesto
que es a partir de tal condición esencial que se juega en su filosofía todo su
planteamiento teórico sobre la afectividad humana. Siendo el deseo la esencia
humana misma, compete tanto al cuerpo como al alma su satisfacción, donde la
razón es mediadora, una especie de pasaje cuya actividad conduce a la máxima
utilidad de los afectos, y que se realiza en la “ciencia intuitiva”. Así, se puede establecer que para Spinoza los
géneros de conocimiento se convierten en dinámicas y registros inmanentes a la
trama afectiva, que se expresan en relación al aumento o disminución de nuestra
potencia de obrar, y será justamente a través de la verdadera comprensión de
los afectos que nuestra transformación y liberación como subjetividades
intersubjetivas o, mejor aún, como “individualidades transindividuales”, se
realice; por lo tanto, no es posible para la ética y la política que él se
propone realizar, explicar y restituir el lugar del hombre en la naturaleza,
sin necesariamente comprender y asumir su naturaleza, el deseo.
Spinoza
dedicará la tercera y cuarta parte de su Ética
al estudio de la naturaleza afectiva de los seres humanos, así como a la
servidumbre humana, preocupación central de la libertad en su filosofía, y que
otorga sentido a la pregunta capital de su propuesta ético-política, por qué
los hombres luchan por su esclavitud como si se tratase de su libertad. Dirá en
el prefacio del tercer libro:
La
mayor parte de los que han escrito acerca de los afectos y la conducta humana,
parecen tratar no de cosas naturales que siguen las leyes ordinarias de la
naturaleza, sino de cosas que están fuera de ésta. Más aún: parece que conciben
al hombre, dentro de la naturaleza, como un imperio dentro de otro imperio.
Pues creen que el hombre perturba, más bien que sigue, el orden de la
naturaleza, que tiene una absoluta potencia sobre sus acciones y que sólo es
determinado por sí mismo. Atribuyen además la causa de la impotencia e
inconstancia humanas, no a la potencia común de la naturaleza, sino a no sé qué
vicio de la naturaleza humana, a la que, por este motivo, deploran,
ridiculizan, desprecian o, lo que es más frecuente, detestan; y se tiene por
divino a quien sabe denigrar con mayor elocuencia o sutileza la impotencia del
alma humana…
En estas líneas el filósofo apunta ya a la definición de lo
humano como individuo singular que se encuentra determinado por leyes naturales
que rigen los propios mecanismos de su
naturaleza afectiva, en tanto modo finito, y que significan por tanto los límites de su acción,
esto es, de su potencia de ser y de padecer.
Al modelo ilusorio de una trascendentalidad humana en otro
mundo carente de pecado que la tradición religiosa habría construido, así como
al renacentista del hombre como microcosmos capaz de reflejar la
autosuficiencia del universo en el corazón mismo de su existencia, Spinoza
opondrá una mirada donde cada individuo es tan sólo una parte entre partes de
un todo. Bajo su estricto racionalismo considerará que las acciones y los
deseos vitales de cada individuo son inseparables de los procesos naturales que
le rigen, al decir que los afectos tales como el odio, la ira, la envidia,
considerados en sí, se siguen de la misma necesidad de la naturaleza de las
demás cosas singulares, estas poseen propiedades que son dignas de ser
conocidas como cualquier otra cosa en cuya contemplación nos deleitemos.
De tal suerte que el conocimiento de la función de las
pasiones, esto es, el conocimiento de su dinámica, es central, porque de tal
conocimiento depende esencialmente la capacidad de acción de los individuos y
con ello la instauración de un orden político que contribuya a la realización
en la duración de su potencia existencial en tanto colectividad.
La condición de duración en la existencia de todo modo finito
constituye en su planteamiento el grado de potencia que le corresponde a toda
cosa singular de acuerdo a su esencia, dicha actividad queda completada con la
actividad natural que a todos los seres o individuos pertenece en el orden de
la naturaleza, a saber, su conatus. El
conatus aparece en la tercera parte
como Ley de toda la naturaleza, la identidad de esencia y potencia queda
expresada para todas las cosas singulares mediante él, esto es, cada cosa se
esfuerza cuanto está a su alcance por perservar en su ser, “por ello, la
potencia de una cosa cualquiera, obra o intenta obrar algo –esto es, la
potencia o esfuerzo por el que intenta perseverar en su ser- no es nada distinto
de la esencia dada, o sea, actual, de la cosa misma” (E3P7); el deseo, dirá más
adelante, “es el apetito (que se refiere al alma y al cuerpo) acompañado de la
conciencia del mismo… queda claro… que nosotros no intentamos, queremos,
apetecemos ni deseamos algo porque lo juzguemos bueno, sino que, al contrario,
juzgamos que algo es bueno porque lo intentamos, queremos, apetecemos y
deseamos” (Escolio).
Por lo tanto, lo que caracteriza y determina esencial y
potencialmente al ser humano es el deseo, es decir, la tendencia que lo
determina a actuar o a padecer dependiendo la fuerza con la que logre conocerse
a sí mismo, en virtud de comprender el poder de las pasiones, cuya disposición
estará no sólo en función de la capacidad individual de cada ser, sino en la
autodeterminación y conservación que logre establecer, esto es, su poder de
autoconsciencia y de autoconservación estará determinado por su deseo.
En su definición de los afectos, Spinoza remite a que
actuamos cuando somos causa adecuada y padecemos cuando somos causa parcial[7],
así, los afectos son pasiones cuando por las determinaciones causales la
potencia de actuar se ve mermada, y son acciones cuando dicha capacidad se
potencializa.
La pregunta es ¿de qué manera somos causa adecuada de los
afectos, si nos encontramos frente a una multiplicidad de fuerzas que nos
afectan, así como de vivencias pasionales de las mismas? Seremos causa adecuada
por el conocimiento, dado que nuestra esencia queda expresada por el poder de
ser afectado y por las afecciones que colman dicho poder, aunque no deja de
señalar que la mayoría de las veces es dominante el padecimiento que la acción.
Aquí es donde la imaginación como género de conocimiento adquiere su
importancia material, puesto que el hombre no se equivoca porque imagine sino
porque desconoce las causas que le determinan. En el escolio de la proposición
35, parte dos, Spinoza ha planteado que no es lo mismo errar que ignorar, de
suerte que la capacidad humana de imaginar es la condición misma a partir de la
cual podemos conocer o engañarnos, el juego de este primer género de
conocimiento en la vida afectiva-pasional es vital para nuestra existencia,
principalmente porque a partir de ello damos cuenta de nuestra servidumbre o
nuestra libertad.
En el escolio de P11 Spinoza agregará dos afectos que junto
con el deseo componen y generan todas
las demás figuras de la afectividad, a saber, la alegría y la tristeza, siendo
estos tres los puntos de registro de la diversidad de formas afectivas cuya
variabilidad y multiplicidad dependen de cada individuo, así como el despliegue
expresivo de su acción o padecimiento.
Los afectos son en general, y consecuentemente, pasajes de
una menor a una mayor realidad y viceversa, esto significa que las pasiones y
su transformación en afectos activos no son meros rasgos psicológicos de la
conducta humana, sino que se trata de “energías naturales” que mostrarán las
fuerzas que determinan interna o externamente la capacidad de los individuos de
actuar o padecer[8]; a
su vez, son los dispositivos mediante los cuales y a través de su elaboración se
da lugar al conocimiento y transformación de nuestra condición humana. Es decir,
constituyen las condiciones de nuestra pertenencia y autonomía, de ahí que la
paradójica relación entre necesidad y libertad, vista desde la perspectiva de
la afectividad, sea la consecuencia fundamental de toda acción y experiencia
ética.
Para resumir, y ver el sentido del deseo y la libertad en
su propuesta ética, queda claro que tanto la naturaleza afectiva y cognitiva
del ser humano coexisten, de suerte que para comprender dicha implicación en la
realización o emancipación humana, hace falta dinamitar ciertas estructuras que
conducen inevitablemente a la violencia y a la destrucción en términos
políticos. Será en el análisis del miedo y la esperanza -los afectos/pasiones
que Spinoza considerará los más peligrosos-, donde se muestra tal sentido, pues
son los que con mayor fuerza someten a la servidumbre a los hombres, siendo la
esperanza una alegría inconstante, que brota de la idea de una cosa futura o
pretérita, de cuya efectividad dudamos de algún modo, y el miedo una tristeza
inconstante, que brota de la idea de una cosa futura o pretérita, de cuya
efectividad dudamos de algún modo. Es decir, no hay esperanza sin miedo ni
miedo sin esperanza, puesto que en ellas se mezclan la incertidumbre y la
inconstancia imaginaria, lo que significa que el individuo vague en la
sensación de que nada es en realidad, en la negación constante del presente que
es cedido a un futuro imaginario e incluso a un pasado irrealizado, de tal manera
que el individuo se dispone a evitar un mal que juzga va a producirse por un
mal menor, no quiere lo que quiere y quiere lo que no quiere, quedando a merced
del sometimiento; así, miedo y esperanza son desde su perspectiva los
mecanismos de la servidumbre. Estos dos afectos son considerados entonces como
los principales enemigos de la libertad humana, puesto que los comportamientos
que pueden provocar son mucho más violentos y destructivos que los de cualquier
otra pasión.
La importancia de dar cuenta de estas dos pasiones tanto en
términos éticos como políticos es fundamental para comprender no sólo la trama
afectiva humana, sino principalmente su posible libertad, puesto que “la fuerza
y el incremento de una pasión cualquiera, así como su perseverancia en la
existencia no se definen por la potencia con que nosotros nos esforzamos por
perseverar en existir sino por la potencia de la causa exterior comparada con
la nuestra (E4P5).
El diagnóstico del holandés, a diferencia de los estoicos,
no mira estos afectos como distractores de la serenidad del sabio, sino como
verdaderos obstáculos a la razón y a la vida, dado que permanecen arraigados al
comportamiento humano y dominan tanto su cuerpo como su mente, al tiempo que
impiden su libertad y realización ética, así como la construcción de sociedades
más justas.
La experiencia de la inmanencia, podríamos brevemente
concluir, se da en Spinoza a partir de la expresión del ser actual que en tanto
potencia realiza y se manifiesta en la necesidad de su deseo expresivo de
libertad. Será en la tercera figura del conocimiento o género, donde se exprese
en toda su plenitud la libertad humana, esto es, el amor a la existencia como
amor intelectual de Dios. Dejaré tal reflexión intempestiva para otro momento,
y cierro esta reflexión con el acontecimiento del deseo y la libertad humana
que desde la perspectiva del holandés son materialmente consecuentes, puesto
que nuestro poder de actuar y de existir, y nuestro poder de pensar y entender,
esto es, de amar, son una y la misma cosa.
[1] Cfr. Tratado de los Tres
Impostores, Moíses, Jesús Cristo, Mahoma. Anónimo Clandestino del siglo
XVIII, Traducción y prólogo de Diego Tatián, Editorial Cuenco de Plata, Buenos
Aires, 2007.
[2] Israel, Jonathan I, Radical Enlightenment, Philosophy and the making of modernity 1650-1750,
Oxford University Press, New York, 2001.
[3] Spinoza, Ética demostrada
según el orden geométrico. Traducción Vidal Peña, Editorial Tecnos, Madrid
2007. En adelante se establecen las referencias de la obra como E siguiéndose
del número 1, 2, etc. según la parte que corresponde y así con sus siglas los
Ax-Axioma, P-Proposición, Def-Definición, C-Corolario, S-Escolio,
Post-Postulado, Lem-Lema, Pref.-prefacio, Ap-Apéndice; ejemplo: E3P9S, Ética, tercera parte, proposición 9,
Escolio.
[4] Cfr.Deleuze, Guilles, Filosofía
práctica, Traducción Antonio Escohotado, Ediciones Tusquets, Barcelona
2001.
[5] Cfr. Marilena Chaui, Política
en Spinoza, Prólogo Diego Tatián, Editorial Gorla, Buenos Aires 2004.
[6] “…Por Naturaleza naturada, en
cambio, entiendo todo aquello que se sigue de la necesidad de la naturaleza de
Dios, o sea, de cada uno de los atributos de Dios, esto es, todos los modos de
los atributos de dios, en cuanto considerados como cosas que son en Dios, y que
sin Dios no pueden ser ni concebirse.” (E1P29S)
[7] Ver definición de los afectos, parte 3. Ética, OpCit.
[8] Cfr. Bodei, Remo, Geometría
de las pasiones. Miedo, esperanza, felicidad: filosofía y uso político.
Primera reimpresión de la primera edición en español, FCE, 1997.
[i] Ponencia
para el Coloquio “Historia, Progreso y Libertad”, Mesa 5 – De la libertad
moderna hacia la rebelión Ilustrada. Seminario permanente de Historia de la
Filosofía UACM – Centro Vlady, Jueves 12 de mayo 2011
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.